EL ARRANQUE

Un sentimiento
Con distintas expectativas el sábado 21 de agosto un pequeño grupo de vecinos y amigos de El Pinar comenzamos con la compañía y orientación de Walter una experiencia de intercambio de conocimientos, sueños y emociones entorno a la cuestión literaria. ¿Qué saldrá de todo esto? Lo iremos descubriendo en la medida que vayamos avanzando. Probablemente nazcan cosas que no imaginamos.































































lunes, 10 de enero de 2011

Noche en la escuela rural

         Costaba mucho tiempo a un maestro urbano acostumbrarse a trabajar en una escuela rural donde tenía que quedarse a vivir, sobre todo si estaba solo. Durante el día, con la presencia de los niños, la cocinera, algún vecino que llegaba o que pasaba por el camino era tolerable. Pero lo difícil era cuando llegaba la noche porque todo es diferente a la vida en la ciudad: la escuela está sola en el medio del campo, el vecino más cercano suele estar lejos; en la ciudad uno se asoma a la puerta y ve todo iluminado, ve casas cercanas, gente que pasa, saluda, habla, vehículos. Es raro que haya un silencio muy profundo. Pero en el campo si miras hacia afuera y no hay luna no se ve nada, todo es negro. Los caballos vistos de frente te sorprenden como si fueran una persona muy alta. No se está acostumbrado a los nuevos ruidos como el chistido de una lechuza, un mugido, y si hay murciélagos entre el cielorraso y el techo parece que se te vienen encima con sus chillidos y sus ruidos de roce. La luz que se tiene no es buena. Él tenía un farol a mantilla a los que se demora varios minutos en prender, una linterna, velas y varias cajas de fósforos distribuidas en lugares estratégicos como el baño, la cocina, la mesita al lado de la cama.
          Había terminado de corregir los cuadernos y de planificar para el día siguiente, luego se bañó. Después calentó la cena y comenzó a comer escuchando la radio del departamento porque luego del informativo emitían los comunicados a personas que no tienen teléfonos-en esa época eran muy escasos los que los tenían, así que era obligatorio escucharlos.  Entonces sonaron muy nítidos los golpes en la puerta de la casa habitación. "¿Quién puede ser a esta hora?" Se levantó, tomó por las dudas de que fuera necesaria la linterna y abrió la alta puerta pintada de gris que tenía encima una banderola con vidrios. No había nadie. Recorrió unos pasos alumbrando con la linterna. Quien solía venir a esas horas era Marcos el policía del que se había hecho amigo. ¿Sería una broma de alguien que luego se hubiera escondido? Pero Marcos sabía que esperaba noticias de su madre que estaba muy enferma y no podía ser él. Se había levantado un viento no muy fuerte que movía las ramas de un árbol cercano a la pared, pero las que habían llegado a golpear la puerta él mismo las había cortado cuando su roce lo había sorprendió. Apagó la linterna y se decidió a entrar. ¿Habré oído verdaderamente esos golpes? Pensó que no se había acostumbrado aún y hasta se rió de su preocupación.
Estaba secando el plato cuando otra seguidilla de golpes le erizó los cabellos de la nuca, tomó la linterna con rapidez y abrió velozmente la puerta para sorprender a quien fuera. En el rectángulo de luz que salía de la puerta no había nadie y tampoco su linterna moviéndose rápidamente alumbró a persona alguna. Dio vuelta a la esquina de la casa, iluminó el salón de clase desde sus ventanas, abrió los baños que estaban frente al salón, alumbró hacia la portera y hacia el camino, dio vuelta a todo el edificio que constaba del salón de clases y las habitaciones del maestro, pero no halló nada. Anduvo dentro del montecito de robles con nerviosos movimientos de la linterna, fue hacia la portera alumbrando la tierra suelta para buscar huellas, y aunque había muchas de personas y de caballos todas salían de la escuela. Volvió con lentitud, preocupado. Cerró la puerta sin llave y quedó detrás de ella, pero luego le pasó doble llave. Estuvo un rato pensando. Lentamente tomó el revólver que le prestó su padre,- un treintaiocho niquelado- y lo cargó. ¡Esos golpes! No parecían humanos. Si viene gente de noche es muy común que además de golpear griten su nombre o digan ¡Eh maestro! ¿Está ahí? ¡Soy Marcos! No sabía qué cosa racional podría hacer con el revólver pero le daba algo de seguridad y estuvo caminando de un lado a otro hasta que le nació una idea que le pareció buena: abrió con      mucho sigilo la ventana opuesta a la puerta y la dejó abierta.                                                                                                                                                                                                                                                                           con Esperó, el revólver en una mano y la linterna apagada en la otra. Los golpes no volvían. Se vio en la sombra de la pared y se sintió ridículo: "Ya debería estar durmiendo y no hacer caso". Mañana alguien me contará que esto es normal, que hay que acostumbrarse y nos reiremos.  Recordó lo que contaba Ruben Lena de una esquina de la chapa del techo torcida que ululaba cuando había viento.
Pero los golpes se repitieron –pa pa pa pa- sintió como que repercutían de sus pies elevándolo. Entonces saltó por la ventana y se deslizó recostado a la pared. Antes de dar vuelta a la esquina después de la cual estaría cerca de la puerta, martilló el revólver, esperó que los golpes se repitieran, prendió la linterna y dando un salto enfocó arma y luz hacia la puerta: No había nadie…No había nadie a la altura de una persona, pero más alto golpeteando los vidrios por donde salía la luz, había un pájaro carpintero.                                                                                                                                                                                debajo

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