EL ARRANQUE

Un sentimiento
Con distintas expectativas el sábado 21 de agosto un pequeño grupo de vecinos y amigos de El Pinar comenzamos con la compañía y orientación de Walter una experiencia de intercambio de conocimientos, sueños y emociones entorno a la cuestión literaria. ¿Qué saldrá de todo esto? Lo iremos descubriendo en la medida que vayamos avanzando. Probablemente nazcan cosas que no imaginamos.































































miércoles, 22 de septiembre de 2010


Luz


La roja. Tuve que detenerme no sin un leve fastidio. Fastidio inútil, al fin, ya que estoy empapado, la lluvia sigue cayendo y la calzada es un río.
Estoy detenido en la calle, junto al cordón,  inmóvil. Alguien con paraguas, atrás mío, también espera la verde.
Empiezo a sentir frío, la roja me parece excesivamente larga y percibo agua entre los dedos de un pie. Sólo esto me faltaba.
“Se me agujereó uno de los  zapatos”, pienso con tristeza. “Se me agujereó uno de los  zapatos”.
Siento la tentación de mirarlos, pero no debo desatender el semáforo, simplemente los imagino, allá abajo, primos lejanos, culpándome desde un cuero envejecido, desde ese parentesco abandonado.
                Los compré hace algunos años, (este recuerdo es de una limpia tibieza) en una feria benéfica. Estaban en una pila enorme de zapatos usados. No sé si los vi  o me vieron.
Nunca hubiera podido comprar zapatos así. Eran imponentes y europeos, de cuero marrón rojizo, suelas altas y grises. Olían a madera de Los Alpes, a toneles de roble llenos de vino.
Temblaba al probármelos. Calzaban perfectos. Eran perfectos. De los tobillos para abajo era un orgulloso ciudadano, un desarrollado. Una invencible bestia primermundista.
Mientras pagaba los pocos pesos, pensé en el muerto. Nadie abandona zapatos así sin morirse antes. Luego el muerto se fue y esa noche los zapatos soñaron que dormían debajo de mi cama junto a  unas sandalias de delicado color rosa.
Después, mis pasos largos en el tiempo, la ciudad, cierta dignidad fingida, y  la resistencia; el proletario advenimiento de lo incierto.
      
                La luz no cambia y el calzado no da muestras visibles de su debilidad, el hombre de paraguas por ejemplo, nunca podría saber que entre mi suela y la calle se estremece el desconsuelo.
                Pero yo sé que uno de mis zapatos tiene un agujero…
Intento definir si es el derecho o el izquierdo. Mi vista sigue fija en la luz roja, y mi cerebro se conforma con tener una conciencia resignada del agujero.
El agua debe de haber llenado todos los espacios posibles en su interior, porque ahora siento que salen cosas. Lo primero es la notificación de despido de la empresa. Es extraño, no entiendo cómo ha llegado allí. Pero claramente salió del agujero y se la lleva la corriente.
                “Crece”, pienso…“Están saliendo cosas de él”. Lo siento crecer hacia adentro, atravesando la planta, lo siento esquivar huesos, reptar hasta establecerse en el estómago como una serpiente expandida.
“Será el hambre”, pensé, mientras el hombre del paraguas tose sin extrañarse de la eternidad de esta luz roja ni de de las cosas que salen desde la negra boca.
                Supuse que debía ser enorme, porque ahora salen algunos libros, una carpeta verde llena de cartas, fotos de mi madre siendo niña, discos de vinilo, una guitarra, Siento cierto temor de que el baúl que acaba de salir de este agujero cause algún accidente cuando venga la verde, es un baúl grande lleno de objetos y tonterías.
Siento un ruido adentro. Se están derrumbando las estanterías. “Es la serpiente”, dije, y me sentí un poco extraño. 
                Semáforo de mierda. Ahora salen figuras blandas, informes como frutas atrofiadas; giran en la corriente tubérculos rosados con alas  diminutas.
“Son mis órganos”, dije, y me vi intentando desesperadamente asirme a las paredes de algo que debería ser yo mismo.
                Entonces, la luz cambió. Verde… al fin.
                El hombre del paraguas me choca con violencia y cruza.
Me siento cansado, estoy tirado en el agua, alguien debería ayudarme.
Se acerca un vagabundo con un perro, siempre me causaron pena, pobres.
El viejo me da vuelta con la punta de su pie, me pisa para examinarme mejor. Sólo ve el agujero. Putea brevemente y me deshecha.
Otra vez la luz, esta vez amarilla. La correntada espesa y el estruendo de la boca tormenta, cada vez más cerca.

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